lunes, 1 de julio de 2013

Gracias a la Sabiduría y la Bondad Humanidad.


Lo que sigue es una versión modificada de el discurso que di el 14 de junio de 2013 como un testimonio en el Día Mundial del Donador de Sangre. Esta versión esta ligeramente modificada ya que en el Hospital no quise herir a ningún creyente siendo demasiado sincero respecto a mi manera de pensar (los creyentes suelen ser muy sensibles) ya que esa no era la finalidad de mi discurso.

Mi nombre es Jesús Valdés Martínez, tengo 60 años, estoy casado y tengo cuatro hijos. Soy Dr. en Química y trabajo en la UNAM como investigador y maestro. Mi esposa Mariza Del Ro y yo hemos sido donadores altruistas de sangre por muchos años, pero nunca me había tocado estar del lado del enfermo que recibe ese regalo de vida. Me voy a permitir compartir con ustedes algunas de las vivencias y pensamientos que he tenido sobre mi enfermedad y recuperación.

El 12 de mayo de 2012 me llevó mi esposa a urgencias del Hospital Medica Sur por unas erupciones que tenía en la piel y que no mejoraban a pesar de los tratamientos con antibióticos que me habían dado con anterioridad un par de médicos que supusieron que tenia una candidiasis en la boca o una infección bacteriana en el pecho, estaban equivocados. Una de las ayudantes del dermatólogo Dr. José Contreras Ruiz, la primera persona que me vio en Médica Sur, dedujo que muy probablemente tenía una enfermedad autoinmunitaria: pénfigo, y que necesitaba internarme. Después de algunos análisis, entre ellos una biopsia, se determinó que efectivamente tenía pénfigo, resulto ser el llamado pénfigo vulgar, debo decirles que lo de vulgar hirió un poco mi ego, pero afortunadamente no el paraneoplásico, mucho más peligroso ya que proviene de un cáncer oculto. Salí del Hospital una semana después, ya que resultaba más peligroso que permaneciera en él ya que por tener la piel abierta en muchas partes fácilmente podía adquirir una infección hospitalaria. Siguieron meses de dolorosos tratamientos y cuando todo parecía estar ya bastante bien y solamente presentaba heridas en un hombro y el pecho, pero ya con la posibilidad de trabajar, un 5 de octubre, después de haber laborado normalmente, comencé a sentirme muy mal en la noche. Nuevamente me llevó mi esposa a urgencias de Médica Sur. Es poco lo que recuerdo de esa noche, se que me internaron y que el Dr. Roberto de la Peña López, hematólogo, sugirió acertadamente, que tenia otra enfermedad autoinmunitaria: "purpura trombótica trombositopénica" lo cual resultó sorprendente ya que me encontraba tomando derivados de cortisona (meticorten) e inmuran, los medicamentos que se utilizan para curar esa enfermedad; además tenía problemas en el hígado y los riñones y otros más, notablemente una cuenta muy baja de plaquetas. El tratamiento fue largo y consistió inicialmente de hidrocortisona, antibióticos y plasmaféresis, para las cuales solicitamos donadores de sangre o plasma por todos los medios a nuestro alcance, incluyendo las redes sociales, obteniendo una respuesta sorprendente de familiares, amigos y de muchos alumnos de la UNAM. Como la cuenta de plaquetas no mejoraba, llegue a tener 3,000 de las aproximadamente 263,000 que tengo en la actualidad, decidieron hacerme transferencias de sangre y de plasma, es decir, plasmaféresis (en cada una de las cuales se utilizaban 14 bolsas de plasma, producto de un número igual de donaciones), darme Rituximab un medicamento moderno obtenido por ingeniería genética, bombas de cortisona y como no tenía una mejora sostenida decidieron finalmente hacerme una esplenectomía: me extirparon el baso. Debo confesarles que después de la esplenectomía y de que aparentemente no estaba respondiendo a ella, llegué a pensar con mucha claridad y tristeza que me iba a morir. Siguieron más transfusiones de plasma y de sangre y afortunadamente comencé a mejorar de manera sostenida. En el ínter tuve una neumonía y una infección hospitalaria en un catéter y una vez que fui dado de alta tuve que regresar por una fractura por compresión en la columna (tenía osteoporosis provocada por el uso prolongado de cortisona) y después otra pulmonía. Afortunadamente de ahí en adelante mi mejora ha sido constante.

Mientras estuve enfermo mucha gente me dijo que había rezado por mi y que me había salvado gracias a Dios. No siendo creyente, en ningún momento se me ocurrió rezar o pensar que lo que tenía era un castigo divino o cualquier cosa por el estilo (aunque siempre fui amable con los que me decían que habían pedido por mi, aunque yo no creyera) y teniendo una mentalidad científica acostumbrada a buscar en el mundo natural las respuestas a lo que sucede a mi alrededor, y a desdeñar las sugerencias de que todo se lo debemos a un supuesto Dios, me hicieron preguntarme, que habría sucedido si me hubiera enfermado de pénfigo y púrpura antes de que los seres humanos sintetizaran la cortisona, digamos hace unos 50 años (época en la que Dios ya existía, según me dicen), concluí que me habría sucedido lo mismo que a la gente que enfermaba de estas y otras enfermedades en esa época (o lo que le sucede a cientos de miles de niños en la actualidad que enferman de enfermedades totalmente curables por la medicina moderna, pero que no tienen acceso a los servicios médicos adecuados), habría muerto. Esto me reforzó la idea de que sin duda la intervención humana había sido la determinante en mi curación. La acertada intervención de los médicos que me diagnosticaron correctamente y que después diseñaron el tratamiento adecuado: el dermatólogo Dr. José Contreras, el hematólogo Dr. Roberto De la Peña, el nefrólogo, Dr. Luis Guevara, el cardiólogo Dr. Altamirano, el neumólogo Dr. Luis Septiem, el infectólogo Dr. Rafael Valdés, el internista Dr. Marcos Cano, la psiquiatra Dra. Edurne Austrich, el ortopedista Dr. Jorge Campa, la algóloga Dra. Hilda Gutierrez , al Dr. Miguel Herrera que realizó la esplenectomía, a la oculista Dra. Manjarrez , al neurólogo Dr. Horacio Sentíes y desde luego al Dr. Hector Baptista y su equipo en el banco de sangre, los médicos de guardia y el Hospital Medica Sur en General. Pero mi curación se debió también, a los y las químicas que descubrieron y sintetizaron los medicamentos que se me suministraron, así como a quienes probaron su eficiencia. Que habría pasado sin la participación amable y hábil que recibí de las enfermeras, así como de las personas que limpiaban mi cuarto y las que me aseaban cuando yo no podía hacerlo. Del apoyo moral de mi familia y amigos, especialmente a la familia Braughton, que me acompañaron en todo el camino. A la determinación y terquedad de mi esposa, que nunca me dejo sólo y que buscó siempre que se me diera el mejor tratamiento posible. Como me habría curado sin la ayuda de los científicos e ingenieros que desarrollaron las técnicas que se utilizaron para analizarme y las teorías en las que estas técnicas se basan, a los médicos que las usaron conmigo: desde los Rayos X hasta las Tomografías y Resonancia Magnética, pasando por el PET. A los camilleros que me llevaban de un lado a otro a cualquier hora del día, a los bioquímicos que analizaban día tras día mi sangre, y a quienes cuidadosa y hábilmente tomaban las muestras de sangre a la hora que fuera necesario. Al banco de sangre y a la enfermera que pasaba más de dos horas haciendo las plasmaféresis y a la que venía y me ponía las transfusiones de sangre o las quimioterapias. La lista es enorme y se prolonga hacia el pasado ya que también participaron los maestros de todos los antes mencionados y así hacia atrás en el tiempo, al menos hasta Alcmeón de Crotona, en el año 500 ANE, en la Antigua Grecia. Cuando pienso en ello me doy cuenta de que los seres humanos hemos logrado construir una enormemente sabiduría que nos permite que en la actualidad tengamos una expectativa de vida muy superior a la que tenían nuestros abuelos. Pero me podían haber aplicado todas las técnicas que he mencionado y no habrían servido habría servido sin las más de cien personas, que desinteresadamente y en muchos casos aun sin siquiera conocerme, vinieron y me regalaron un poco de su sangre y sin las personas que se movieron para traer donadores, especialmente a mi hermana la Dra. Sara Valdés y su esposo el Dr. Roberto Cervantes, a las redes de comunicación, Facebook y Twiter que permitieron una comunicación más amplia, gracias a todos ellos estoy vivo.

 Si, lo menos que puedo hacer es dar gracias, doy gracias a la sabiduría y a la bondad humana que me permitieron enfrentar la muerte y superarla, muchas gracias.

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